Lo único que cuenta es lo que haces cuando te quedas sin palabras.

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Cada 7 de julio, se celebra en Japón la festividad del Tanabata. Los japoneses transforman su paisaje escribiendo en tiras de papel de colores sus anhelos más profundos y colgándolas de las ramas de los árboles, que se convierten así en unos efímeros y coloridos árboles de los deseos.

Cuando un amor termina, deberíamos decorar los árboles con sus palabras caducadas, colgando nuestros ecos pasados de las ramas. En un papel rojo yo escribiría «corazón», en uno amarillo «punto y coma», en uno turquesa «tomate seco», en uno verde jade «yo contigo» y así hasta agotar todas las palabras que ya no pueden servir más. También deberíamos colgar las palabras impuntuales, esas que ocupan el espacio de todo lo que quedó por contar. Y sobre todo deberíamos amarrar las palabras huecas. Para esas habría que reservar la ramas más robustas ya que soportarían el peso de las palabras equívocas, las que dan juego a la ambigüedad, esas palabras que viven entre líneas y distraen de la realidad. Esas son las que con mayor urgencia deberíamos soltar.

Así, poco a poco, desprendernos de las palabras caducadas, impuntuales y huecas, desligarnos de ese manto de palabras entretejido entre dos para poder enfrentar de nuevo el espejo y mirar nuestro reflejo ahora despojado.

Y realizar al fin que lo único que cuenta es lo que eres cuando estás desnudo, que lo único que cuenta es lo que haces cuando te quedas sin palabras.

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